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Las dos caras de la exigencia

La exigencia puede ser una gran fuente de sufrimientos, tanto para nosotros como para los que nos rodean. Empezamos a experimentar su presencia en el mismo instante en el que venimos a esta vida. La entiendo como la necesidad forzosa de que algo sea como queremos, tanto en nosotros, en el otro como en la vida.

La exigencia tiene dos caras, la que nos ayuda a avanzar y la que nos lastima en el camino. La primera es la que se traduce en el aprendizaje del esfuerzo para conseguir lo que queremos, en la necesaria constancia para perseverar en el camino, así como la que nos enseña la autosuperación. Es la que nos puso límites y normas de conducta cuando éramos niños, la que nos aportó valores y consignas educativas, más o menos válidas, que nos servirían de adultos para relacionarnos en el mundo.

Es la que nos inculcó términos como “deberías” o “tendrías que”… como deberías hacer tu cama y ordenar tu habitación… tienes que hacer tus deberes… tienes que estudiar… tienes que lavarte los dientes… tienes que comértelo todo… tienes que portarte bien… tienes que cuidar de tu hermano… tienes que irte a dormir… infinitos tienes que… mandatos que me aportaron una estructura, unas normas, unos límites… pero empezaron a dañarme a medida que empecé a asociar que si no hacía lo que debía o tenía que, no me sentía querido, amado… no me sentía aceptado… al revés, me sentía rechazado. Como cuando no sacaba las notas en el colegio que mis padres esperaban… o cuando no enfocaba mi carrera profesional hacia donde ellos querían… Es en este punto de inflexión cuando la exigencia empieza a dañaros de por vida… es en este punto cuando empezamos a construir una protección caracterial para sobrevivir al dolor de no sentirnos dignos de ser amados.

La autoexigencia conlleva un esfuerzo para conseguir algo con el fin de sentirnos de determinada manera. Todavía recuerdo a aquella mujer que conocí en el Proceso Hoffman quien llegó a ser la primera bailarina de una compañía de ballet, llegando a bailar en el teatro del Bolshoi en Rusia. Su esfuerzo y sacrificio venía para demostrar a su madre que se equivocaba cuando le decía de niña que terminaría bailando en un show de striptease. Cuando se dio cuenta de qué era lo que le había motivado a esforzarse y autoexigirse tanto, decidió dejar el baile por un tiempo, porque no fue un camino libremente elegido, sino una reacción con tintes de venganza.

Exigirnos para sentirnos dignos de ser amados

Las motivaciones de nuestras autoexigencias suelen tener raíces emocionales inconscientes relacionadas con la necesidad de aceptación, reconocimiento, inclusión, afecto y amor por parte de los seres con quienes tenemos vínculos más estrechos. De niños interiorizamos estos patrones de conducta que de adulto siguen activos debido a las exigencias que nuestros progenitores nos trasladaron. La exigencia neurótica es una estrategia de esfuerzo para sentirnos dignos de ser amados por lo que hemos conseguido o llegado a ser. De modo que en la exigencia también está el miedo a no ser, y no siendo, está el miedo al rechazo y al abandono por el fracaso de no ser a ojos de terceros. Situación que genera sentimientos de frustración, rabia y tristeza.

El tipo de vínculo construido con nuestros padres (estén ya o no presentes) constituye uno de los ejes sobre los que gira gran parte de la trayectoria de nuestra vida. En este eje encontramos muchas de nuestras motivaciones, deseos, esfuerzos, exigencias, miedos, metas, frustraciones y sentimientos. Toda una constelación de elementos que se entretejen entre la necesidad de satisfacer sus expectativas para sentirnos reconocidos, y la necesidad de satisfacer nuestros deseos. Un vaivén que genera una tensión entre satisfacernos y/o satisfacerlos a ellos. Puede ocurrir que cuanto más satisfago las mías, menos satisfago las de ellos, menos soy lo que ellos querían, y más puedo sufrir la tensión al rechazo por no ser lo que esperaban, sin embargo, a la vez, estoy siendo quién quiero ser.

Puede ocurrir también lo contrario, sacrificar nuestros impulsos y tendencias más auténticas por satisfacer sus expectativas, pero a la vez, dejando de reconocernos y ser nosotros mismos. Algo que con los años pasa factura. Es por ello que aprender a satisfacer nuestras necesidades, es aprender a amarnos. De lo contrario, mantenemos una dependencia emocional que dificulta nuestro crecimiento psicológico y espiritual. El amor que seremos capaces de generar en nuestras relaciones será dependiente, y estará basado más en la necesidad que en un amor genuino, en donde el respeto y la libertad estarán presentes.

Del «debería de» al «me apetece»

A medida que transformamos los “debería” o “tendría que” en “quiero, necesito, me apetece, deseo”, empezamos a pivotar en este eje de exigencias de fuera adentro. Los “debería” o “tendría que” son exigencias, mandatos que provienen de expectativas de afuera, sin embargo, los “quiero o necesito”, provienen de adentro, de nuestro interior. Estos nos acercan a nuestra esencia y nos permiten ser quienes realmente somos. La autoobservación, el contacto con uno mismo, la reflexión y la atención puesta en nuestras sensaciones y sentires, nos ayudan a ir hacia adentro para identificar qué es lo que realmente necesitamos y queremos. Este es un punto de partida para transformar una exigencia que hace daño, en un amor que cuida, nutre y desarrolla.

 

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por Pepón Jover

Psicólogo Transpersonal y Terapeuta Gestalt

Fundador de Círculos Essen

info@circulosessen.es

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