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El abismo del dolor

Caminar esta vida es exponerse inevitablemente al dolor de corazón. Dicen que la rosa representa a la Humanidad… sus pétalos el corazón y las espinas el dolor que siempre lleva asociado el aprender a amar. El corazón duele por amor, pero posiblemente por un amor en vías de convertirse en Amor.

El dolor de corazón nos arranca lágrimas del Alma y dependiendo de la intensidad, nos impide continuar caminando con la vista alzada hacia el horizonte, hacia el frente. El dolor absorbe nuestra energía vital y la arrastra hacia las profundidades de un abismo. Contrae y oprime nuestro pecho haciendo que el aire que nos mantiene con vida entre con dificultad en los pulmones, así como el cuello y la garganta se contraen haciendo más difícil su paso. La tristeza y la rabia se apoderan del amor que un día irradiaba el corazón.

La pérdida, la muerte, la separación, la traición de un ser querido son algunos de los motivos que sacuden al Alma. Una parte de nosotros es arrancada cuando perdemos a alguien con quien teníamos un fuerte vínculo. Esa parte del otro que residía en nuestro corazón nos deja un gran vacío… ese vacío es el abismo que consume nuestra energía vital, la luz de nuestros ojos y el amor de nuestro corazón.

El amor propio llena el vacío

Es tarea llenar ese vacío con el propio amor y energía para continuar caminando la vida. Aprender a ser resilientes y levantarnos de nuevo, ya que nuestro amor y energía vital no depende realmente del amor del otro, sino de la conexión y amor que nos profesamos.

El dolor de corazón nos deja vulnerables, sensibles, empáticos, necesitados de cariño, calidez, cercanía y el amor de los que nos rodean. Es la mejor medicina para recobrar la energía vital perdida. Así como dejarse atravesar por el dolor y dejar que las lágrimas broten de los ojos tantas veces como sea necesario para que la herida del corazón pueda sanar y cicatrizar.

El riesgo de cerrar el corazón

Con el dolor de corazón, corremos el riesgo de alejarnos del propio dolor y emociones como la tristeza, y a su vez, de nosotros mismos. Cuanto más nos apartamos, más lejos estamos de nosotros. Evitar el dolor es evitarnos a nosotros mismos. El riesgo está en cerrar el corazón para no sentir ese dolor, de modo que la herida quedará ahí abierta, escondida, esperando ser sanada, y en el peor de los casos, comiéndonos por dentro, como una herida que se infecta bajo la piel…

En esta sociedad en donde la actividad diaria se ha acelerado tanto, no hay tiempo para parar a sentirse, conocerse, escucharse, para el encuentro con uno. En tan veloces vidas, el dolor de corazón que inevitablemente la vida trae, no es digerido, sanado e integrado, porque para eso se necesita tiempo, espacio y tranquilidad. Es necesario que el Alma exprese su dolor a través de las lágrimas… pero cuantas veces se bloquea o pospone por no ser el momento, el lugar, por no querer sentir, por querer ser fuertes, por no mostrar la vulnerabilidad… sin embargo, es tan necesario para sanarse como el aire para vivir.

Caminar esta vida es experimentar el inevitable dolor del corazón. Es así como aprendemos a volver a nosotros, el amarnos para cuidarnos y seguir adelante. De ahí surge un amor más genuino y sano hacia los demás, un amor que se acerca más al Amor.

Más cerca de nuestra esencia

El dolor de corazón nos abre el corazón, y con el corazón más abierto, nos volvemos más compasivos, más cercanos y construimos vínculos más auténticos y profundos. Valoramos más lo intangible que lo tangible porque reconocemos en lo primero un valor muy superior a lo segundo, ya que es lo que realmente nos llena el corazón, y aprendemos que es lo único que nos llevamos en los bolsillos cuando pasamos al otro lado.

El dolor de corazón nos abre las puertas directas a nuestra esencia, donde el Alma espera pacientemente con los brazos abiertos. Desde el dolor crecemos si lo abrazamos.

 

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por Pepón Jover

Psicólogo Transpersonal y Terapeuta Gestalt

Fundador de Círculos Essen

info@circulosessen.es

 

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